En las Escrituras judeocristianas, la primera vez que Dios revela Su Santo Nombre es cuando habla a Moisés desde una Zarza Ardiente. ¿Qué podría ser más apropiado en la Iglesia del Santo Nombre que un sagrario que represente la Zarza Ardiente? Esta zarza con la que Moisés conversó estaba en llamas y, sin embargo—misteriosamente—no se consumía (Éxodo 3:2–15). Y cuando Moisés pidió a la voz que se identificara, el nombre que reveló fue igualmente enigmático: “Yo Soy el que Soy” (3:13–14). La tradición judeocristiana ha entendido este nombre misterioso de Dios como que significa: “Yo soy Aquel que siempre es, la Fuente de toda existencia; siempre he sido, soy y siempre seré; y estoy contigo.”

Una escultura original en bronce de Dale Montagne, el Sagrario bajo el crucifijo, está diseñada para reflejar la presencia misteriosa de Dios en la Zarza Ardiente. La implicación es evidente: la presencia eucarística de Cristo que habita en el sagrario sigue diciendo: “Yo estoy contigo.” Las llamas contienen trozos de vidrio dicroico que es a la vez translúcido y reflectante. Refleja distintos colores según el ángulo de la luz y la posición del espectador, aportando viveza y misterio a su apariencia. Este Sagrario se conecta a través de la pared con el altar de la Capilla del Sagrado Corazón, de modo que la iglesia principal y la pequeña capilla comparten el mismo símbolo de la presencia permanente de Dios. Las vidrieras a ambos lados del santuario contienen pequeños fragmentos de vidrio de tonos ígneos para mostrar su vínculo con el Sagrario de la Zarza Ardiente. El Ser misterioso presente en el fuego se revela más claramente en la persona de Jesús, quien reclamó el título “Yo Soy…”